Humbert Lambert | Por qué ‘Sex education’ te fecundará la mente
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Por qué ‘Sex education’ te fecundará la mente

Adolescentes. Instituto. Sexo. Raritos. Chicas populares y deportistas canónicos. Todo parece apuntar hacia la misma bazofia: una impostura sentimental tan insulsa como moralista. Pero no, afortunadamente la última perlita de Netflix merece la pena. Más que por su fresca morbosidad, por solucionar con éxito la azarosa tarea de inseminar un mensaje potente en un argumento divertido. No esperen desenlaces enigmáticos ni giritos intrincados, Sex education destaca porque dice cosas trascendentales hablando de vergas faraónicas, vicios sexuales siderales y pajas nefastas.

Sexo sin tabúes ridículos

El desparpajo expresivo con el que se engendra el guión supone uno de los puntos originales de la producción británica. Un texto, por supuesto, casi siempre acompañado de planos igualmente explícitos y excitantes. Se ven tetas, nalgas y penes desconcertantes. Pero este no es el motivo por el que detectamos un contenido eminentemente singular, pues son muchas las cintas que en los últimos años han empleado un masoquismo manifiesto para crear un contenido rompedor (aunque con escaso éxito). Lo que hace diferente a la serie es la destreza con la que se sirve de un estilo aparentemente fútil para penetrar en lo más hondo de nuestra intimidad y conseguir que nos reconozcamos en una realidad carnal que nadie nos contó cuando éramos adolescentes.

Todos hemos tenido inseguridades libidinosas, sobre todo si nuestra educación ha sido más erótica que genital. A veces sentimos el deber de complacer, satisfacer y cumplir antes que la necesidad de gozar y deleitarnos. Chavales, no pasa nada si suena la flauta antes de ser usada, asida o tocada; el placer suele ser fugaz. El quid de la cuestión no reside tanto en la sincronización orgásmica como en la franqueza comunicativa de dos individuos a punto de compartir una incursión apasionante. El sexo no es ningún rito pagano que deba ser custodiado bajo secreto de sumario, sino más bien un acto máximo de expresividad desnuda, sin artefactos ni ridículas pretensiones mastodónticas. Y eso es lo que intenta fecundar Sex education en un imaginario colectivo aún descafeinado.

¿El bullying es inevitable?

Aparte del tabú que supone la lujuria sexual en la vida pública, la serie encierra en su trasfondo crítico tantos debates como casos de microacoso perduran aún en nuestra sociedad moderna. El maravilloso personaje de Eric Neven (Ncuti Gatwa) refleja el suplicio existencial e incluso familiar por el que muchos adolescentes gays deambulan hasta que se atreven a ser uno mismo. Y la causa de este calvario, lejos de residir en la planicie puntual de cualquier impresentable, emana de una educación históricamente conyugal.

No hace falta vejar o agredir para herir emocionalmente. Lo profundamente traumático suele ser consecuencia de un fustigamiento silencioso. Todos albergamos una parte cínica inconsciente que se agazapa tras las cordialidades fingidas que confundimos con la verdadera educación. Existe un tipo de acoso que no es premeditado, que no se ve, apenas se oye y en pocas ocasiones se palpa, pero sí se sufre: puede que un adolescente no se acongoje tanto cuando le espetan un inofensivo «maricón», pero quizás se siente más solo cuando todos miran tras la estela sinuosa de un culo ajeno y expresan una virilidad que él no entiende; puede que un adolescente no se aflija mucho por ser la última opción antes de jugar cualquier pachanga, pero quizás sí cuando cada mañana se siente obligado a moderar su estética para no llamar demasiado la atención; y puede que un adolescente, o un adulto, apenas se abrume cuando le dan la mano en lugar de dos besos, pero sí cuando más de uno aún se extraña si le oye decir que le pone más ser pasivo.

Romper los esquemas

A través de un argumento de intenciones pedagógicas dirigido, a priori, a un público joven, Sex education logra transmitir con franqueza una realidad que llega al adulto. Y llega porque le interesa. Aun en los tiempos digitales más disruptivos de la historia, los adultos nos seguimos atrincherando en nuestra zona de confort. Todo aquello que sobresale de lo escrupulosamente establecido nos da cierto pudor, mientras que en lo más intrínseco de nuestra individualidad somos fieles impúdicos que purgan su autorepresión ante el precoz dios onanista.

Al final, lo que nos trata de revelar Sex education no es la necesidad de una cultura sexual que se despoje de andrajos convencionales; ni la existencia implícita (a veces patente) de prejuicios heterosexuales que aún rezuman en los bajos fondos del arcaísmo; ni siquiera trata de condenar la terquedad estereotipadora de la mayoría hacía la minoría divergente. No. El mensaje que tiene que yacer en tu mente es, más bien, el de la autocrítica. Ese ejercicio de honestidad que después nos permite juzgar sin prejuzgar.

Solo desde una óptica tolerante y conciliadora seremos capaces de poner en tela de juicio una sociedad que prefiere seguir errando, a ciegas, por los caminos de la banalidad consentida sin detenerse a otear más allá de unos horizontes de acero. Y que prefiere apresurarse como almas adocenadas por una sola autopista, apenas mirando muy de reojo aquellos senderos que atajan por parajes de naturalidad preceptiva y llevan directos hacia un parnaso rebosante de plenitud.