La persuasión publicitaria parece todopoderosa, pero la poesía le hace frente, se le resiste, es muy reacia a dejarse envasar. La publicidad es el negocio de la persuasión, la poesía es el ocio de la persuasión. La publicidad vela; la poesía revela. La publicidad exhorta, invita, azuza, hostiga, arrastra a comprar, a querer poseer, vende, ofrece, impone. La poesía no hace nada de eso: no sirve porque no es útil y sobre todo porque no es sirvienta. La poesía no vende: nos denuncia, nos interpela como vendidos. La poesía hace libre al lenguaje; la publicidad lo prostituye.